Gran Bretaña: Brown fracasa - pero no variará el rumbo
Desastre electoral para el Nuevo Laborismo
Peter Taaffe, CIT en Inglaterra y Gales.
20 de mayo 2008.
Traducido por Cristóbal Gil, Canarias.
Los bárbaros están a las puertas. Tras la victoria del neandertal tory Boris Johnson en las elecciones por la alcaldía de Londres, y el desastre del Nuevo Laborismo en el resto del país, ésa será la opinión de muchos, si no de la mayoría, de los trabajadores políticamente conscientes.
Además, todo esto acontece tras la victoria de Berlusconi en Italia, que pregona que su gobierno es la nueva Falange, los fascistas que apoyaron al dictador español Francisco Franco.
Sobrevuela la pesadilla de un gobierno tory presidido por Cameron, teniendo en cuenta el respaldo del 44% de los votantes en estos comicios, que, de reproducirse en unas elecciones generales, se traduciría en una mayoría de 100 escaños para los tories. La magnitud del desastre en el seno del Nuevo Laborismo no tiene precedentes: "Hay divergencia de opiniones acerca si debería considerarse la peor derrota del laborismo desde 1973, desde 1968 o desde 1066" (Andrew Rawnsley, The Observer, 04/05/08). Se han perdido más de 330 escaños en ayuntamientos, el peor resultado para el Partido Laborista en 40 años. Los laboristas contaban con 11.000 concejales en 1997, y ahora suman apenas 5.000.
Esta masacre electoral es todavía peor que la sufrida por Tony Blair tras la catástrofe de la guerra de Iraq. Ningún lugar quedó a salvo, aparentemente, de esta debacle, con ayuntamientos norteños como los de Bury y North Tyneside cayendo en manos de los tories. Incluso en Gales –históricamente un bastión de los laboristas– el Nuevo Laborismo sufrió una catástrofe, con la "retirada del laborismo" en Torfaen –donde perdieron 18 de sus 34 escaños–, Merthyr Tydfil y Blaenau Gwent. El partido controla ahora solo dos ayuntamientos galeses, frente a los nueve de 1999.
Por si fuera poco, aquéllos asociados con el naufragio del Nuevo Laborismo se han hundido también, como es el caso de Plaid Cymru, y, aún más espectacularmente, de Ken Livingstone. Sin lugar a dudas, Livingstone fue blanco de la campaña más virulenta, no sólo por parte de Johnson y los tories, sino también de los medios de comunicación capitalistas, liderados por el diario de la casa tory, el London Evening Standard: "Fue el Standard quien ganó". Detrás del veneno vertido contra Livingstone –en particular, por parte del sicario jefe Andrew Gilligan– no faltaba el temor de que si Livingstone ganaba, finalizaría el contrato para su diario gratuito Metro.
Sin duda, Johnson obtuvo ahí enormes beneficios, incluidos los 1, 5 millones de libras que fluyeron a sus arcas. Esto les permitió emplear a un "batallón" de colaboradores, en especial en las afueras de Londres, organizados por Lynton Crosby, el asesor político responsable de las tres victorias electorales consecutivas de John Howard en Australia. A pesar de ello, no obstante, Johnson pudo haber sido derrotado por la movilización independiente de los trabajadores y jóvenes en favor de políticas socialistas claras. Efectivamente, se desató tardíamente un movimiento de trabajadores en el interior de Londres debido al pánico que suscitaba una victoria de Johnson.
Pero, como se apresuran a admitir los diputados del Nuevo Laborismo, ellos no dispusieron de "soldados de a pie" durante las elecciones. El redactor del The Guardian, Polly Toynbee, afirma abiertamente que "el laborismo no tiene un territorio firme propio en el que apoyarse". La clase obrera organizada ha sido enormemente alienada, como también lo ha sido la clase media, por el ataque contra los pobres simbolizado en la retirada del impuesto del 10%, y el aumento del coste de la vida por la subida de los precios. A esto hay que añadir la insatisfacción generalizada con el deterioro de los servicios y las condiciones de vida, gráficamente reflejada en Londres, donde la gran brecha entre ricos y pobres alcanza su máxima expresión. Esto no ha ofendido sólo a los pobres sino también a sectores de la clase media progresista, que han retornado a su postura anti-tory del pasado. Incluso Jackie Ashley, en el The Guardian –un diario abanderado del Nuevo Laborismo– reconoció que, a la vuelta de la esquina, los trabajadores decían cosas como "Habéis perdido mi voto para siempre".
Increíblemente, Boris Johnson consiguió aparecer como un "rebelde", como algo "fresco", apelando al descontento general y a la vacua idea de que podría cambiar las cosas. Livingstone contribuyó a esto mostrando un talante arrogante, rodeándose de un club de bien pagados "apparatchiks" y alienando a trabajadores del metro londinense.
Pero Johnson no es todo suavidad, como proyectan sus asesores de imagen. En realidad, representa al thatcherismo recauchutado. Ha pasado a la historia como el que quería aplastar a los sindicatos del metro y el ferrocarril en Londres, y que como mínimo exige un acuerdo de "no huelga", lo cual es totalmente dictatorial. Pretende mantener y, si es posible, ampliar el desastroso "Public Private Partnership" (Partenariado Público-Privado), dejando, así, la puerta abierta a sus ricos patrocinadores. El que consiga llevar esto a cabo o no, depende de la resistencia del movimiento de los trabajadores y del miedo de Cameron a que si se les "suelta la correa", será desastroso para las ambiciones del propio Cameron de llegar al poder en el gobierno nacional.
Por otra parte, no conviene olvidar que, pese al espurio llamamiento a "los étnicos", las minorías de Londres, Johnson llegó al poder en parte con la ayuda, al menos, de los votos de segunda preferencia del Partido Nacionalista Británico (BNP), que ahora cuenta con un punto de apoyo de un escaño en la Asamblea Mayor de Londres. ¡Qué vergonzoso para el Nuevo Laborismo que estas criaturas hayan recibido una plataforma!
En general, no obstante, el BNP se quedó lejos de sus objetivos de escaños de ayuntamiento. ¿Para qué votar al BNP cuando puedes conseguir el mismo objetivo votando a Johnson y los tories? El escaño del BNP en la asamblea, provocará, sin embargo, una reacción entre los trabajadores y los jóvenes especialmente.
Victoria socialista
Más significativa de cara al futuro fue la aplastante victoria de Dave Nellist en Coventry, que no se difundió a nivel nacional, con excepción de una línea en el diario Coventry Evening Telegraph. En cualquier caso, esto fue una rendija de luz en medio de la debacle nacional del Nuevo Laborismo, y es, además, un presagio de lo que se puede conseguir sobre la base de un liderazgo claro, combativo y socialista, y la movilización de los socialistas y sindicalistas comprometidos en torno a un programa que pueda cambiar realmente las vidas de los miembros de la clase obrera.
Livingstone se apoyó en campañas del tipo "Los musulmanes, con Ken", un llamamiento completamente ajeno a las clases y falso que podría acabar beneficiando a quienes desean avivar los prejuicios contra los musulmanes. Dave Nellist tuvo que hacer frente a una vergonzosa campaña étnica similar por parte del Nuevo Laborismo, pero logró contestarla con éxito apelando a los trabajadores musulmanes con un discurso de clase y socialista.
Esta derrota de los laboristas no se debe principalmente a la personalidad menos "atractiva" de Gordon Brown. Es la consecuencia, al igual que con Blair, de la puesta en práctica de políticas pro-capitalistas, que representan una brutal ofensiva contra los derechos y condiciones de los trabajadores. El Financial Times declaró que Livingstone –por el que, al final, se decantaban– era el candidato de los grandes empresarios en los comicios por la alcaldía de Londres, mientras que Boris Johnson era el de los pequeños empresarios.
Si Livingstone hubiese resultado electo, al igual que el gobierno de Brown, aún seguiría estando vendido a aquellos que, a su vez, operan los resortes del poder económico y que son los que realmente controlan el destino de Gran Bretaña y del mundo. Will Hutton afirmó en The Observer que "los presidentes de las cinco primeras compañías del mundo se sientan en los consejos de otras 147 compañías punteras", y el gobierno de Gordon Brown se ha arrodillado ante este poder. Cuando la economía marchaba bien, Brown reclamaba para sí los méritos, pero ahora, tras el desastre de su derrota, dice que las dificultades de su gobierno se deben a la crisis económica mundial.
Si esto es así, ¡arrebátenles el poder a los antidemocráticos autócratas del gran capital! Cuando amenazan con llevarse sus negocios a otros países, como es el caso del traslado a Irlanda de la empresa química Shire, deténganlos nacionalizando todos los bancos e introduciendo un monopolio estatal del comercio. Brown no hará esto, ni adoptará ninguna política radical o reformista, como opinan escritores como Polly Toynbee. En su lugar, intentará minar a los tories desplazándose haciaa la derecha, a la manera del derrotado Partido Socialista francés, atrapado como está en el concepto neoliberal.
Demanda de cambio
Los dirigentes sindicales y los diputados izquierdistas del laborismo, como John McDonnell, están reclamando un "cambio de rumbo". El diputado laborista Ian Gibson pidió la retirada de los carnés de identidad, los misiles Trident y las "futiles guerras de costes astronómicos". También reivindicó unos "costes de vivienda asequibles y un programa nacional de construcción de viviendas, apoyo a los derechos de los trabajadores de agencias, la necesidad de un sistema de ferrocarriles de propiedad pública", etc. Aun siendo ello un gesto muy loable, no existe la más remota posibilidad de que todo esto se lleve a cabo bajo este gobierno y con este primer ministro.
Es posible que Brown se vea obligado a tomar decisiones, si no ahora, sí en algún momento futuro, antes de las próximas elecciones generales, a medida que empeore la complicada situación del gobierno, algo que va a suceder pues quedará acorralado por la crisis económica mundial y británica. Pero un cambio de fachada con la misma política será tan ineficaz como lo ha sido el cambio de Blair a Brown. Los maquinistas del tren están empeñados en conducirlo directamente hacia la colisión.
Si los líderes sindicales –especialmente los que están más a la izquierda– quieren defender eficazmente a sus afiliados, deben desmarcarse de este desacreditado partido del Nuevo Laborismo ahora. Es el momento de avanzar en la campaña por un nuevo partido para la masa trabajadora, como única esperanza para los trabajadores atrapados entre el yunque y el martillo de partidos prácticamente idénticos –los tories, los liberal-demócratas y el Nuevo Laborismo–, suscritos todos a la venenosa medicina del neoliberalismo. Esto significa una nueva erosión de los derechos y condiciones de los trabajadores en beneficio de una "superclase", con sus 150 jets privados Gulfstream y su opulencia, mientras son millones los que se debaten en la miseria y la pobreza.
A los nuevos bárbaros del capitalismo se les puede detener y hacer retroceder mediante una campaña a favor de las ideas y políticas socialistas. Una nueva era se ha inaugurado en Gran Bretaña con el sísmico impacto provocado por los triunfos de Johnson y los tories.
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